23-F: 40 años del asalto a la democracia
Los meses que precedieron al golpe, es decir, el contexto en el que se desarrolla, fueron de auténtico clima favorable al mismo.
Se cumple el 40 aniversario del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, ocurrido durante la segunda votación de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo. Ese día no fue en absoluto un triunfo de la democracia, en una sociedad adormecida y atemorizada por cuarenta años de dictadura y represión. Pocas incógnitas quedan por resolver, más allá del siempre controvertido papel que se le atribuye al CESID y en especial a su sección de operaciones especiales, la AOME, de la cual el Comandante José Luis Cortina era su jefe. Si sigue habiendo a día de hoy alguna cuestión que esclarecer, esa es la desaparición de las cintas con las grabaciones de las conversaciones telefónicas mantenidas desde el Congreso de los Diputados en la noche del 23-F a través de los teléfonos pinchados por orden del gobierno provisional dirigido por el que fuera Director General de Seguridad, Francisco Laína, y que contenían, nada más y nada menos, que noventa y dos horas de grabaciones.
El contexto del golpe
Los meses que precedieron al golpe, es decir, el contexto en el que se desarrolla, fueron de auténtico clima favorable al mismo, con una situación económica catastrófica, con el terrorismo haciendo estragos, con la descentralización del Estado central que se estaba llevando a cabo y, también, por la incapacidad del gobierno de Adolfo Suárez durante buena parte de los meses de 1980. Con esta situación, no había día que el país no amaneciese con titulares de prensa o artículos de opinión acerca de un golpe de bisturí o de lo que se denominó como “Operación De Gaulle”, que no era otra cosa que llevar a un militar a la presidencia del gobierno.
Existen por lo tanto en esta antesala dos operaciones, la primera, la política, y la segunda, la militar. Las primeras son el contexto que propician las segundas y dan coartadas a los golpistas, los cuales en realidad dan tres golpes: el de los Generales o el de Milans del Bosch, el de Tejero, y el de la ya mencionada “Operación De Gaulle”, o lo que es lo mismo, el de la “Operación Armada”. Primero confluyen el de Milans y Tejero, a través del Teniente General Carlos Iniesta Cano y de Juan García Carrés y posteriormente lo hacen con el de Armada. Estando así las cosas, el propio Milans del Bosch convoca una reunión el 18 de enero en casa de Cortina a la que no asiste, y en la que se propone dejar la dirección de la operación en las manos del General Alfonso Armada. Todos los allí presentes, incluido Tejero, aceptan retrasar los planes para poder sustituir a Suárez sin necesidad de una operación militar, pero será, precisamente, la dimisión de este último, la que precipitará el golpe. Antes de eso, habrá una última reunión entre Cortina, Milans y Armada, el 21 de enero, sin que Tejero asista ni se entere.
Conspiración contra el presidente
Todo esto ocurre en un contexto de una democracia recién creada, en la que se pierden en exceso las formas por parte de casi todos en el intento de buscar a cualquier precio la salida de Suárez del gobierno, el cual sufre en esos meses un acoso y derribo hasta entonces inaudito.
Lo sufre de su propio partido, la UCD, la cual es incapaz de controlar, en donde los grupos ideológicos son múltiples, mientras afloran celos y rivalidades de toda índole, sobre todo a partir de marzo de 1980, tras las derrotas autonómicas de Euskadi, Cataluña y Andalucía.
Lo sufre también de los periodistas, tanto de extrema derecha (Alcázar) como de los democráticos ABC o Diario 16. Lo sufre también por parte de los empresarios, cuyo apoyo inicial desaparece y pasa a la Alianza Popular de Manuel Fraga. En la noche del 23-F la CEOE solo rechazará el Golpe de Estado a las 2 de la madrugada y por presiones del presidente en funciones, Francisco Laína.
También la Iglesia participa en el “acoso y derribo”, después de que un Suárez católico acordase con Tarancón una ley del divorcio mínima, pero tras varios meses estancado el proyecto en el Congreso, este fue asumido por los socialdemócratas de UCD con Fernández Ordoñez a la cabeza, a partir de lo cual consiguen sacar adelante una ley más permisiva que la inicialmente prevista. Es entonces cuando Tarancón rompe relaciones y la Conferencia Episcopal traslada también su apoyo a Fraga, mientras conspira a la vez con el sector democristiano de UCD, liderado por Miguel Herrero de Miñón. La noche del 23-F, estando reunida la Asamblea de la Conferencia Episcopal para elegir al sucesor de Tarancón, esta se disuelve sin pronunciamiento ni condena alguna hacia lo hechos que estaban aconteciendo.
En lo que respecta al PSOE (el único partido en aquel momento cuyos dirigentes podían afirmar que habían sido siempre demócratas) contaba con la inexperiencia de no haber ejercido nunca el poder. Tras una política de acuerdos con la UCD entre 1977 y 1979, atribuirán la derrota electoral del 79 a la última intervención televisada de Suárez, en la que acusaba al PSOE de radicalismo marxista, cuando en la práctica era ya un partido socialdemócrata. La jugada le salió bien al entonces presidente del gobierno. Desde entonces, la cúpula del Partido Socialista caerá con todo sobre Suárez, con cierto ansia por alcanzar el gobierno. Además, la presentación de una moción de censura en mayo de 1980, que aunque no sale adelante, les supone entonces a los socialistas todo un éxito propagandístico, ya que sirvió para mostrar a un Felipe González con liderazgo y preparado para gobernar, frente a un Suárez en sus horas más bajas y en plena decadencia política.
Es en esos momentos cuando empiezan a barajar la posibilidad de un gobierno de concentración. Así se lo hace saber González a Sabino Fernández Campo, en una reunión entre ambos. Pero antes de esa reunión entre González y Fernández Campo, Enrique Múgica, en aquel momento presidente de la Comisión de Defensa, se reúne con Armada en Lleida el 22 de octubre de 1980, donde este estaba destinado como Gobernador Civil. A dicha reunión asisten, además, el Alcalde de Lleida, Antoni Siurana (que es el propietario del piso donde almuerzan) y el entonces líder del PSC, Joan Reventós. En ella se habla de la situación catastrófica del país y de la posibilidad de un gobierno de concentración presidido por un militar, el propio Armada. Concluye sin compromiso, pero Múgica elabora un informe que es presentado ante la Comisión Ejecutiva Federal de los socialistas. Se empieza a barajar entonces la necesidad de una nueva moción de censura entre el PSOE y diputados de la UCD, la cual nunca se llega a producir por la dimisión de Suárez.
El PCE, o en especial Santiago Carrillo, no contribuyeron a este acoso, aunque si lo hicieron Ramón Tamames y el sector del partido que lideraba. Mientras, EEUU, irritado por el aplazamiento de entrada en la OTAN y por las simpatías de Suárez con el no alineamiento, así como sus encuentros con Fidel Castro o Yasir Arafat, estaba también interesado en apartarlo del poder. Conviene no olvidarnos, además, de que el embajador en España en aquel momento era Terence Todman, un ultraderechista que ya había apoyado y contribuido al establecimiento de dictaduras militares por toda Sudamérica. Durante los meses de enero y febrero de 1981, los buques de la VI Flota en el Mediterráneo son colocados frente a las costas españolas. En las semanas previas al 23-F, la embajada americana supo de primera mano todos los rumores e informaciones que circulaban por Madrid en aquellas fechas. Tras recabar información de la CIA, las bases americanas en España estuvieron en estado de alerta desde el 20 de Febrero. La noche del 23, el Secretario de Estado norteamericano, Alexander Heig, declarará que se trata de un asunto “interno”, pero entre una y dos horas antes de eso, Terence Todman abandonaba la embajada con dirección al Palacio de la Zarzuela, lo más seguro que para recabar información. Finalmente, el presidente Ronald Reagan, será uno de los últimos líderes occidentales en telefonear al Rey a las 17:35h para felicitarle por el desenlace.
Respecto al siempre polémico papel de Juan Carlos I, lo más seguro es que desconociese el golpe, que no el rumor del mismo que recorría España desde hacía meses, pero de estar involucrado el golpe hubiese triunfado. Esto tampoco quiere decir que fuera un demócrata, ni mucho menos, su fin era preservar la Corona, y en ese momento el medio fue apostar por la democracia. Ahora bien, en los meses precedentes al 23-F, un Rey que no había asimilado en ningún momento el papel que le otorgaba la Constitución, siguió metiéndose en política, desacreditando en muchas ocasiones a Suárez a la vez que le buscaba sustituto y, en especial, buscando la alternancia de los partidos que conllevase la estabilidad política y, por lo tanto, el asentamiento de la monarquía.
En los meses precedentes, Juan Carlos I se acerca nuevamente a Armada y, pasando por encima de Suárez, consigue que sea nombrado Segundo Jefe del Estado Mayor, trayéndole así de vuelta a Madrid. El 3 de enero de 1981, el Rey y Armada se reúnen en Baqueira, donde el General le informa del clima en las Fuerzas Armadas y de que está buscando soluciones. Juan Carlos, supuestamente, en ese momento no apoya ninguna solución, es más, ni habla de ellas, pero Armada entiende, o quiere entender, que cuenta con el beneplácito del Rey.
Por último, el CESID, organismo del cual varios de sus miembros sí participaron y solo uno fue condenado. Participó Cortina, jefe de la AOME, con un papel fundamental. Participó su número dos, Francisco García Almenta. Participó Vicente Gómez Iglesias, que mandaba al Grupo 1 de la AOME, y que fue condenado por colaborar escoltando a Tejero hasta el Congreso de los Diputados, con el que había estado destinado en la comandancia de San Sebastián. También participó José Luis Monge, jefe de la SEA, una unidad secreta dentro de la propia AOME, además de otros dos de sus miembros, Miguel Sales y José Moya, quienes coordinaron la operación de llegada de los autobuses al Congreso de los Diputados. No participó, aparentemente, Javier Calderón, secretario del CESID, que desde un primer momento se mantuvo junto a la legalidad vigente, aunque esta versión choca con la de Juan Rando y Diego Camacho, quienes destaparon la participación del CESID en el golpe.
Así estaban las cosas cuando el 23-F a las 18:23h el socialista Núñez Encabo se disponía a votar, mientras Tejero y sus hombres entraban a tiros en el hemiciclo del Congreso de los Diputados. Casualmente, los únicos tres que no se tiraron al suelo fueron Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado, y Santiago Carrillo. Digo lo de casualmente, porque eran prácticamente los dos únicos que no habían conspirado contra Suárez, y porque además eran, sin ninguna duda, los tres más odiados por los militares. Mantenerse sentados era un gesto, no solo de dignidad o legitimidad, sino póstumo para la historia, pues sabían que de triunfar aquello serían los primeros en ser fusilados o, al menos, eso pudieron pensar en aquel momento.
Tejero frena el golpe de Armada
Existen dos o tres hechos fundamentales en el fracaso del Golpe. El primero de ellos es la conversación telefónica que mantienen Sabino Fernández Campo y José Juste, encargado este último de la División Acorazada Brunete. Durante dicha conversación, Sabino se percata de que Armada está involucrado, y es cuando suelta la famosa frase, que no fue literal, de que “ni está, ni se le espera”. Esto hace entender a Juste que Armada miente, o que al menos no dice toda la verdad. Es cuando Juste llama a su superior, Quintana Lacaci, un franquista que ha obedecido al Rey y no se ha sublevado. Por lo tanto, esto conlleva algo esencial en el fracaso del Golpe, que la Acorazada Brunete no salga a las calles de Madrid, como bien pretendían Torres Rojas, San Martín y Pardo Zancada, este último más tarde se uniría a Tejero en el Congreso por su cuenta acompañado de un puñado de hombres. La otra consecuencia directa de esta conversación telefónica es que Sabino evitará entonces que Armada acuda a Zarzuela.
El otro acontecimiento determinante es cuando Armada se presenta en el Congreso con la famosa lista del gobierno de concentración. Tras más de una hora de reunión, Tejero monta en cólera y no le deja pasar. En la lista estaban desde Felipe González a Fraga, pasando por Tamames, Múgica, Gregorio Peces Barba, Luis María Anson o José Antonio Sáenz de Santamaría, entre otros. Es durante la hora que están reunidos Armada y Tejero cuando se emite el mensaje del Rey por televisión, por lo que queda claro así que la retransmisión del mensaje no fue tan fundamental en sí misma, y que el Rey se opone públicamente al golpe antes de que este fracase por completo. En consecuencia, es el propio Tejero el que frena el golpe de Armada, impidiéndole que negocie con los diputados secuestrados el respaldo del gobierno de concentración que tenía preparado y produciendo la divergencia de los golpes de ambos.
Al mediodía del 24 de febrero, los diputados abandonaron el Congreso. Durante el juicio por el golpe de Estado, ni se juzgaron a todos los que fueron, ni se investigó lo suficiente, especialmente, la trama civil. Mientras, cada aniversario de aquel despropósito, nos siguen vendiendo el relato de que aquello fue el triunfo de la democracia sobre el acto de un loco con tricornio y cuatro más.