El papa, el poder y la herencia maldita: Roma se prepara para el próximo cónclave
Entre gestos audaces y reformas inacabadas, el papa Francisco convirtió el papado en un actor político global. Su muerte deja una Iglesia dividida, una agenda inconclusa y un cónclave decisivo.
El lunes de Pascua de 2025, el Vaticano anunciaba la muerte del papa Francisco, a los 88 años. Jorge Mario Bergoglio, primer pontífice jesuita, primer latinoamericano en sentarse en el trono de Pedro, y el primero en más de 1.300 años en no provenir de Europa, cerraba así uno de los pontificados más intensos, polarizantes y políticamente significativos de la historia reciente de la Iglesia católica.
Su legado no cabe en una etiqueta. Fue reformador y pragmático, carismático y contradictorio, valiente en lo simbólico pero a menudo limitado en lo estructural. Un papa que sacó la fe de los palacios para ponerla a pie de calle, pero también un pontífice que dejó abiertas muchas cuentas pendientes. La Iglesia que deja no es más sencilla ni más unida que la que recibió: es, si acaso, más consciente de sus tareas.
🔍 Luces y sombras de un pontificado único
Un papado con voz moral global. Francisco se pronunció contra la guerra, el rearme, la desigualdad, la violencia contra mujeres y migrantes, y defendió el multilateralismo y el diálogo como principios rectoras de la comunidad internacional.
Un gesto valiente en Gaza. Denunció públicamente el “genocidio” en la Franja y calificó como “terrorismo” la respuesta de Israel tras el 7 de octubre. Recibió a familias de rehenes israelíes y palestinos detenidos, y dedicó múltiples mensajes al sufrimiento civil en el enclave.
Reconfiguración del mapa eclesial. Redujo el peso europeo en el Colegio Cardenalicio, dio visibilidad a iglesias del Sur Global y nombró a mujeres en cargos inéditos en la Curia romana.
Defensa de los más vulnerables. En su libro Esperanza y su última bula, pidió la condonación de la deuda externa de los países más empobrecidos, vinculando justicia económica y paz.
Una Iglesia más abierta. Pidió explícitamente que personas homosexuales, divorciadas o trans fueran reconocidas como hijas de Dios, con acceso al bautismo y otros sacramentos, recordando que “la homosexualidad no es un crimen, es un hecho humano”.
Aborto y mujeres: apertura limitada. Aunque facilitó el perdón sacramental a mujeres que abortan, condenó reformas legislativas como la belga. Mantuvo su negativa a ordenar mujeres, y la posibilidad del diaconado femenino quedó bloqueada.
Ucrania y ambigüedad diplomática. Condenó la invasión rusa como “repugnante”, pero también llamó a Kiev a “levantar la bandera blanca”, lo que se interpretó como una incitación a rendirse. Su diálogo con Kirill, patriarca alineado con el Kremlin, se enfrió tras afirmar: “No se convierta en el monaguillo de Putin”.
Relación tensa con EE. UU. bajo Trump. Chocó con el expresidente por su política migratoria y ambiental. Lo calificó como una “desgracia” para los más pobres, y rechazó frontalmente su agenda ultra, que consideraba contraria a la doctrina social de la Iglesia.
Reformas inacabadas. Aunque impulsó cambios importantes en la gobernanza vaticana, muchos quedaron a medio camino.
Dificultades internas. Fue objeto de oposición constante por sectores conservadores, especialmente en EE. UU. Algunos prelados llegaron a llamarlo públicamente “antipapa”. El conflicto interno quedó sin resolver.
🗺️ Un cónclave impredecible
Francisco nombró a 110 de los 138 cardenales que votarán en el cónclave. Sin embargo, el futuro de su legado no está asegurado: muchos de sus nombramientos responden más a equilibrios regionales que a una visión doctrinal compartida.
Algunos nombres clave:
Pietro Parolin (Italia): tecnócrata de la diplomacia vaticana, sin gran carisma pastoral.
Luis Antonio Tagle (Filipinas): cercano al estilo franciscano, con fuerte perfil social.
Peter Turkson (Ghana): voz moral del sur global, pero con tropiezos comunicativos.
Pierbattista Pizzaballa (Italia): figura emergente en Oriente Medio, pragmático y multilingüe.
Péter Erdő (Hungría): favorito del sector conservador, con apoyo en Europa central.
⏳ El cierre de un ciclo abierto
Francisco deja una Iglesia más expuesta al mundo, más diversa en sus liderazgos, pero también más fragmentada. Su mayor acierto fue recordar que la Iglesia tiene algo que decir sobre los grandes conflictos de nuestro tiempo, incluso cuando incomoda.
Lo que está en juego no es solo su herencia, sino la definición de lo que debe ser el papado en el siglo XXI: ¿una voz ética global o un poder doctrinal vertical? ¿Un actor diplomático o un testimonio evangélico? El próximo papa deberá responder sin margen de ambigüedad.