Feijóo busca una operación relámpago en su última oportunidad
El PP se blinda con el “clan gallego” y perfila una dirección de choque para forzar elecciones
Alberto Núñez Feijóo se enfrenta este fin de semana al que probablemente sea el congreso más decisivo de su carrera política. En un momento de fragilidad institucional para el Gobierno y de aparente calma interna en el Partido Popular, el líder gallego busca articular un equipo plenamente alineado con su estrategia: aglutinar el poder en torno al “clan gallego” y potenciar perfiles de acoso y derribo contra el Ejecutivo, en el marco de una operación relámpago que aspira a forzar una convocatoria electoral anticipada, ante el descarte de sacar adelante una moción de censura.
Pero ahí reside también uno de sus riesgos. Si las elecciones no se precipitan en los próximos meses, el periplo puede hacerse largo para un equipo diseñado para la confrontación, no para el diálogo ni la construcción de alianzas. Un equipo para la campaña, no para la legislatura.
Un congreso en calma… pero crucial
El escenario dista mucho del traumático congreso de Sevilla en 2022, que catapultó a Feijóo a la presidencia tras el choque entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. Hoy, la presidenta madrileña se pliega ante un contexto político adverso y las investigaciones judiciales que acechan a su entorno personal: no dará batalla en defensa del sistema de primarias y acepta el modelo híbrido pactado en la ponencia estatutaria. A cambio, conserva capacidad de influencia futura en la letra pequeña del reglamento. En cierto modo, Ayuso también está viendo pasar su último tren en clave nacional.
Con apenas 1.115 enmiendas registradas —muy por debajo de los precedentes— y una participación coral de los principales barones territoriales, el congreso ha sido cuidadosamente orquestado como una escenificación de unidad, estabilidad y dirección estratégica. Pero bajo esa imagen de calma se esconde una urgencia latente: esta es la última gran oportunidad de Feijóo para consolidarse como el líder incuestionable de la derecha española. No habrá otra.
En este sentido, el reto no es menor. Feijóo es un líder con poco respaldo social que necesita revertir datos preocupantes, como que solo el 45 % del electorado del PP lo prefiera como presidente del Gobierno o que obtenga una valoración inferior a 3 sobre 10 entre el conjunto de los votantes. La proyección presidencial no se decreta: se construye con autoridad interna, relato ideológico y legitimidad social.
El poder gallego toma el control
La gran novedad orgánica del congreso es el ascenso de Miguel Tellado a la Secretaría General del partido. Su designación como todopoderoso número dos no solo responde a una lógica de lealtad personal —es su hombre de máxima confianza desde hace más de una década—, sino que consolida el control del “clan gallego” sobre la estructura nacional del PP. A Tellado lo acompañan en el núcleo duro Marta Varela y Mar Sánchez, figuras clave del engranaje político y operativo que Feijóo ha trasladado desde Santiago a Génova.
Además, Ester Muñoz asume la portavocía en el Congreso, Alma Ezcurra ocupará la Vicesecretaría de Coordinación Sectorial y Carmen Fúnez regresa al área de Política Social, ahora ampliada con las competencias de Sanidad. Es un equipo de perfiles disciplinados, combativos y absolutamente alineados con la estrategia del líder. Un gabinete de campaña permanente con forma de Comité de Dirección.
En símil futbolístico: un once para meter el pie, no para tocar el balón. Feijóo ha diseñado una estructura alejada de la moderación y pensada para el cuerpo a cuerpo político, no para la diplomacia parlamentaria. La dirección del PP no está pensada para articular mayorías parlamentarias, sino para librar una ofensiva constante contra el Gobierno.
Sin moción de censura, pero con desafío
Feijóo no promoverá una moción de censura. No solo por la falta de apoyos —para alcanzarla necesitaría, al menos, cuatro votos más—, ni únicamente para evitar un nuevo desgaste como el sufrido en 2023. El motivo principal es otro: su apuesta es forzar unas elecciones anticipadas que le den una victoria clara y, sobre todo, una ventaja sólida frente a Vox. Sin embargo, este último punto parece cada vez más lejano, a tenor de las últimas encuestas, que no reflejan un vuelco electoral ni un crecimiento significativo del PP.
Ante ese escenario, su estrategia pasa por tensionar el tablero político, deslegitimar a Pedro Sánchez y agitar la hipótesis electoral hasta la extenuación. La clave será sostener la presión institucional y aparecer como el único interlocutor legítimo ante una opinión pública crecientemente fatigada. La batalla del relato está en marcha: o “la compra de apoyos desde una trama corrupta” (Sánchez), o “la limpieza institucional y la decencia política” (Feijóo).
Mientras tanto, dinamita puentes. El líder del PP ha sido especialmente duro con el PNV, al que acusa de ser “cómplice de un Gobierno cercado por la corrupción”. Tampoco hay margen con Junts. Aunque ha admitido contactos indirectos a través de la portavoz parlamentaria Miriam Nogueras, ha dejado claro que Carles Puigdemont sigue siendo una figura “innegociable”. “No voy a ir a Waterloo ni a ningún sitio a negociar con él”, ha sentenciado.
El eje catalán y las fisuras ideológicas que Génova no resuelve
El único foco de disenso interno se ha trasladado al terreno ideológico. Alejandro Fernández, líder del PP catalán, ha presentado una enmienda a la ponencia política que plantea vetar expresamente cualquier pacto con fuerzas que pretendan “subvertir el orden constitucional”. Aunque el texto no menciona a Junts, la alusión es evidente. Además, propone avanzar hacia un modelo de “democracia militante”, al estilo alemán, que implicaría reformar el sistema electoral para reducir la sobrerrepresentación de los partidos nacionalistas. Una reivindicación que ya fue bandera de Ciudadanos y que ahora reaparece, sin expectativas reales de aplicarse.
Por otro lado, cuestiones de índole cultural —como el aborto o la educación— han quedado deliberadamente aparcadas. Génova quiere evitar debates ideologizados que puedan reactivar a la izquierda o tensionar la competición con Vox, partido que ya capitaliza esas banderas con ventaja. En cambio, algunas de las propuestas económicas avanzadas en las últimas semanas por boca del propio Feijóo apuntalan con claridad el eje neoliberal que vertebra su propuesta: bajada de impuestos, reforma del gasto y centralidad del mercado.
En paralelo, la dirección nacional negocia contrarreloj una redacción de consenso que desactive el pulso planteado desde Cataluña y evite una votación dividida. Pero el mensaje de fondo es claro: la tensión entre gobernabilidad y principios no está resuelta. Y Feijóo sabe que, más pronto que tarde, deberá asumir algo que hoy evita verbalizar: la necesidad de normalizar su relación con el PNV y, sobre todo, la posibilidad de negociar con Junts la gobernabilidad de España.
El reloj ya está en marcha
Feijóo ha sobrevivido a casi todo: al choque Casado-Ayuso, al fracaso de investidura, a la resistencia de Sánchez, al incómodo equilibrio con Vox y a la amenaza constante de irrelevancia. Pero este congreso marca una cuenta atrás. Los tiempos en los que los líderes podían perder dos elecciones antes de llegar a La Moncloa —como Felipe González en 1977 y 1979, o José María Aznar en 1989 y 1993— han quedado atrás. El PP de Feijóo se preparó para gobernar en 2023… y no lo logró. Si no consigue alcanzar la presidencia antes de 2027, su ciclo político se habrá agotado. Es todo o nada. Una última bala. Un congreso sin sobresaltos, pero con la urgencia muda de quien sabe que no habrá otra oportunidad.
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