Sumar se redefine: ¿Una estrategia acertada?
La asamblea de Sumar consolida su giro hacia un partido tradicional, asume sus debilidades organizativas y reabre el debate sobre la unidad de la izquierda en un ciclo político incierto.
Este fin de semana, en el Teatro Alcázar de Madrid, Yolanda Díaz ha vuelto a apelar a la unidad de la izquierda durante la celebración de la Asamblea 2025 de Sumar. La coalición que logró 31 escaños el 23J permitió revalidar el Gobierno progresista, pero el camino desde entonces ha estado lejos de ser armónico. La salida de Podemos del grupo parlamentario, tras meses de fricciones y reproches, evidenció que la alianza tejida para frenar a la derecha estaba marcada más por la necesidad electoral que por un proyecto político común. A ello se sumó el escándalo que salpica a Íñigo Errejón, de sobra conocido, y unos resultados electorales que no han acompañado desde entonces. Los batacazos autonómicos y europeos propiciaron que Díaz se echara a un lado en el ámbito orgánico, al menos formalmente.
En este contexto complejo, la vicepresidenta segunda ha querido reactivar el impulso unitario del 23J. Pero esta vez, ya no hay una plataforma por construir: Sumar es ahora un partido tradicional, con liderazgo bicéfalo, estatutos propios y una resolución política que aboga por nuevos pactos, sin repetir viejos errores. Y es ahí donde afloran las debilidades de un proyecto político que ha perdido impulso a pasos agigantados.
Una bicefalia que no funcionará
Con el 93% de los apoyos, Lara Hernández y Carlos Martín Urriza han sido elegidos como nuevos cocordinadores del partido. Se inaugura así un modelo de liderazgo dual que pretende repartir responsabilidades y construir un proyecto coral, al que se suma la figura electoral de Yolanda Díaz, que conserva peso como número 3 del Grupo Coordinador. Sin embargo, esta arquitectura organizativa plantea serias dudas. En un contexto político y mediático que exige rostros claros y liderazgos definidos, una bicefalia poco conocida por el electorado corre el riesgo de diluir el mensaje y la identidad del proyecto. Más aún cuando la cara visible de Sumar sigue siendo Díaz, sin ocupar formalmente ningún puesto en esa bicefalia, lo que genera confusión sobre quién lidera realmente.
Este vacío de referentes claros ya había aflorado con el nombramiento de Errejón como portavoz parlamentario, pese a las informaciones que ya circulaban sobre él. La apuesta por el liderazgo compartido parece más una solución de compromiso ante la escasez de cuadros consolidados que una fórmula estratégica exitosa. Y en política, especialmente en tiempos inciertos, la ambigüedad rara vez sale rentable.
De movimiento a partido
La asamblea ha servido también para certificar el paso de Sumar de ser un “movimiento ciudadano” a convertirse en un partido tradicional, enterrando definitivamente el experimento de plataforma plural que aspiró, sin éxito, a aglutinar en pocos meses lo que otras coaliciones territoriales —como EH Bildu— lograron construir con paciencia y negociación a lo largo de años. Ahora, Sumar asume la realidad: renuncia a ser un paraguas de cobijo para las formaciones a la izquierda del PSOE y afronta el nuevo ciclo como un actor más dentro del espacio progresista, con la aspiración —en el mejor de los casos— de capitanear una nueva coalición electoral bajo el liderazgo de Díaz.
La resolución aprobada insiste en la necesidad de alcanzar “entendimientos” con otras fuerzas del espacio, en particular con Podemos. Sumar admite implícitamente que no ha conseguido atraer al resto de actores a una estructura propia, y deja a las formaciones ya consolidadas sus respectivos territorios: IU en comunidades como Asturias o Andalucía, Más Madrid en la capital, los Comunes en Cataluña, Compromís en el País Valencià o CHA en Aragón. La apelación a fórmulas “novedosas” y al “respeto a la fuerza territorial” no es más que la constatación de que no hay alternativa organizativa viable al ecosistema ya existente.
Además, el renovado discurso de unidad hacia Podemos revela otra renuncia no confesada: Sumar no ha conseguido resolver la pugna con la formación morada ni imponer un marco político en el que esta quedara relegada. Al contrario, la persistencia de Podemos en el Congreso, su capacidad autónoma y su supervivencia en las elecciones europeas han obligado a Sumar a rebajar el tono y abrir la puerta a una reconciliación táctica o, al menos, a no aparecer como la culpable del desencuentro. La unidad, por tanto, vuelve a ser una necesidad impuesta por el propio sistema electoral: no hay espacio para tres candidaturas exitosas dentro del bloque de la izquierda.
Sumar busca su sitio
Más allá del debate organizativo, Díaz lleva meses intentando marcar perfil propio dentro del Gobierno de coalición. La vicepresidenta segunda insistió nuevamente este fin de semana en relanzar la agenda social, con propuestas como una prestación universal por crianza, la ampliación de los permisos de cuidado o una intervención estructural sobre el mercado de la vivienda. Con ello, Sumar trata de ganar visibilidad en la acción del Ejecutivo y reforzar su capital político.
En paralelo, busca consolidar un perfil diferenciado también en política exterior, distanciándose en la medida de lo posible del marco del rearme que domina el discurso europeo actual. Pero esta estrategia de diferenciación debe entenderse también en clave interna de la izquierda española: mientras Sumar ocupa el ala izquierda del Gobierno, Podemos se posiciona como oposición parlamentaria a la izquierda del Ejecutivo. La batalla no es solo por los votos, sino por el relato: quién representa hoy, de forma creíble, a esa izquierda que sigue existiendo, pero que cada vez tiene un horizonte electoral más estrecho.
En definitiva, Sumar cierra su asamblea con un intento de reafirmación identitaria, pero también con la constatación de sus límites. Lejos de la ambición fundacional de convertirse en una nueva casa común de la izquierda, emerge ahora como un actor más en un espacio fragmentado, necesitado de pactos, figuras reconocibles y una hoja de ruta clara. El tiempo corre y los desafíos no son menores: mantener presencia institucional, evitar la irrelevancia, reactivar una agenda social creíble y, sobre todo, resolver la pugna por la representación simbólica de una izquierda que aún busca su sitio.